La inactividad física ocupa el cuarto lugar en el ránking de factores de riesgo asociados a elevados índices de mortalidad a nivel mundial, por detrás de la hipertensión, el consumo de tabaco y niveles de glucemia basales elevados (1).
La práctica regular del ejercicio físico, específicamente el entrenamiento de resistencia, ha demostrado ser beneficioso para el bienestar psicológico y para una amplia variedad de enfermedades crónicas como la diabetes mellitus, la osteoporosis, la hipertensión, el sobrepeso y la obesidad, y el cáncer de mama (2, 3). Sin embargo, las guías genéricas de actividad física no son apropiadas para la mayoría de las condiciones médicas específicas, siendo necesaria una receta de ejercicio individualizada para maximizar los beneficios de su práctica en las personas.
El cáncer de mama requiere una prescripción de ejercicio supervisada e individualizada para cada paciente.
El cáncer de mama es una enfermedad multifactorial, responsable de una alta mortalidad y morbilidad en las mujeres. Esta patología presenta una alta prevalencia, especialmente durante la etapa postmenopáusica (9,10). Su incidencia y prevalencia se incrementa con la edad y muchos son los estudios que destacan que las pacientes que sobreviven a la misma tienen un alto riesgo de desarrollar otras enfermedades como consecuencia de los tratamientos administrados (quimioterapia y radioterapia entre otros) y secuelas de los mismos (enfermedades cardiovasculares, diabetes, obesidad, osteoporosis, segundas neoplasias, alteraciones de la movilidad, etc.), convirtiéndolas en población vulnerable (6-8), y con necesidades específicas de adaptación y rehabilitación psicosocial y físico-motora.
A pesar de que actualmente no existe una amplia investigación sobre los efectos secundarios a los tratamientos farmacológicos y su relación con el impacto sobre la calidad de vida de las pacientes (9), sí que se han identificado tres situaciones relevantes y características del proceso canceroso: la osteoporosis, la sarcopenia y la dinapenia. La sarcopenia se describe como una pérdida de masa muscular, mientras que la dinapenia hace referencia a una pérdida de fuerza y de rendimiento físico (13). Ambas pueden ser secundarias al envejecimiento o a una pérdida funcional de la capacidad para generar fuerza durante un proceso patológico, afectando así a la realización de las actividades cotidianas (14). Además, durante el proceso canceroso, la sarcopenia y la dinapenia se relacionan con otros trastornos como la osteoporosis, una disminución de la masa mineral ósea que conduce a cambios en su microarquitectura, aumentado el riesgo de fractura (15) y pérdida de funcionalidad. Todo ello se relaciona con un empeoramiento de la calidad de vida de la persona.
Por otro lado, se ha constatado que las pacientes afectadas de cáncer de mama presentan un claro riesgo de modificación de su composición corporal, manifestándose a través de un aumento del peso corporal total, un incremento significativo del tejido adiposo y una disminución de la masa muscular (16,17).
Entre las estrategias terapéuticas para afrontar las consecuencias secundarias citadas, destacan los tratamientos dietético-nutricionales junto con la participación regular en programas de ejercicio físico individualizado. El objetivo de ambas estrategias es minimizar las alteraciones músculo-esqueléticas secundarias, mejorar la composición corporal, contribuir a la salud y al bienestar de cada paciente, mejorando su calidad vida y fomentando la adquisición de unos hábitos alimentarios más saludables y acordes a la situación fisiopatológica del momento (18).
La importancia de unos hábitos alimentarios y el mantenimiento de un buen estado funcional contribuyen a la mejora de la eficacia tanto de los tratamientos en el momento del durante, como del proceso de recuperación. En esta línea, determinadas investigaciones han demostrado que las pacientes pueden y deberían incluir en su proceso de curación/recuperación una terapia en la que tenga cabida la acción de un dietistanutricionista y un profesional del ejercicio físico, a través del asesoramiento de pautas dietéticonutricionales y programas de ejercicio físico de intervención (22,23).
Bibliografía
1. WHO. Global health risks. Mortality and burden of disease attributable to selected major risk. 2009.
2. Warburton DER, Nicol CW, Bredin SSD. Health benefits of physical activity: the evidence. CMAJ Can Med Assoc J. 2006 Mar 14;174(6):801–9.
3. Hillman CH, Erickson KI, Kramer AF. Be smart, exercise your heart: exercise effects on brain and cognition. Nat Rev Neurosci. 2008 Jan;9(1):58–65.
4. Lear SA, et al. Efectos de la actividad física sobre la mortalidad y las enfermedades cardiovasculares. Lancet, 2017.